Salvador Quishpe Lozano - Prefecto

Salvador Quishpe Lozano - Prefecto

lunes, 30 de enero de 2012

¿Es necesario tanto odio?

Por Jorge Ortiz

“¿Le escuchó, don Jorge? ¿Le escuchó? Una hora entera de insultos. Habló de medio mundo, pero se ensañó contra Chuji y Quishpe. Les dijo de todo. ¿No decía que ama a los indígenas y hasta había aprendido a hablar quechua? Y también se lanzó contra los periodistas. Increíble: una hora entera de insultos…”. Era sábado, y la locuaz señora, dueña de una tienda, se declaraba entre indignada y espantada. “¿Es necesario tanto odio, don Jorge?”.

Yo, cartesiano por formación y analítico por tantos años de periodismo de opinión, traté de explicarle que esa búsqueda constante de la bronca y la pelea, por todo y contra todos, probablemente no se debe –como cree la buena señora- a resentimientos sociales, complejos de juventud y traumas no superados, sino a la ejecución de un proyecto político internacional, guiado por Cuba e iniciado en Venezuela, que, con matices y variantes, está siendo aplicado en varios países de América Latina.

Este proyecto, aquí bautizado “revolución ciudadana”, se basa en un gasto público incesante y caudaloso, gracias a un petróleo de cien dólares por barril y un endeudamiento externo muy agresivo, con todo lo cual se expande sin cesar el presupuesto estatal, se engorda el sector público y se financian subsidios, bonos y prebendas. Y aunque se está creando una economía artificial, insostenible en el mediano plazo (como se ha demostrado tantas veces, en tantos lugares), ese torrente de dinero gastado a diestra y siniestra crea una sensación de prosperidad que le da una inmensa popularidad al gobierno.

Con esa popularidad, apuntalada por una propaganda masiva y aplastante, el gobierno puede dedicarse a concentrar el poder, debilitar a partidos, cámaras, gremios y sindicatos, dividir a las organizaciones sociales (por eso el ataque tan agrio contra Chuji y Quishpe) y, finalmente, acallar todas las voces de oposición y discrepancia, mediante el descrédito, primero, y el silenciamiento, después, del periodismo independiente (por eso tantos periodistas críticos están enjuiciados y tantos otros perdieron sus espacios). “No es un problema de traumas y complejos, señora, sino de un plan político en el que hay que implantar el pensamiento único y arrasar con quienes no piensen igual”.

El intento de explicación sirvió de poco. “Puede ser que usted tenga razón, don Jorge, pero, ¿por qué tanto odio?”. De inmediato, con una lógica irrebatible, la señora dijo que sábado a sábado, durante cinco largos años, mientras atiende a los clientes de su tienda, escucha unos discursos largos, tormentosos y repletos de insultos, en que todo aquel que alguna vez se atrevió a discrepar con el gobierno recibe una andanada de ataques y ofensas, que después, durante el resto de la semana, es complementada con una catarata de cadenas de televisión y radio, para terminar de liquidar la credibilidad y el buen nombre del insensato que todavía no sabe quién es el dueño absoluto de la verdad y el guía infalible de esta patria, que ya es de todos. “Lo que pasa, don Jorge, es que usted no le escucha los sábados. Si lo oyera me daría la razón…”.

Es posible y hasta probable que así fuera. Y salí de la tienda con la sospecha de que, en efecto, si le oyera los sábados dejaría de lado todo el severo razonamiento cartesiano y todo el riguroso análisis periodístico, y terminaría preguntando –como la asustada señora de la tienda- ¿por qué tanto odio? ¿Por qué? Fue ese momento cuando me vinieron a la memoria esos versos magníficos escritos hace cinco siglos por Calderón de la Barca:

“A reinar, Fortuna, vamos,
no me despiertes si sueño,
y si es verdad no me duermas.
Mas, sea verdad o sueño,
obrar bien es lo que importa,
si fuere verdad, por serlo,
sino por ganar amigos
para cuando despertemos”.

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