Por: Ileana Almeida*
La enorme serpiente de colores nace en el agua del inframundo, asciende hasta el mundo de los hombres, se convierte en árbol, continúa subiendo hasta el cielo, donde se transforma en arco iris. Luego de la tormenta reaparece y anuncia que el mundo está en paz. La lluvia ha fecundado a la tierra. El Kuichi (Arco Iris) divinidad del agua en los antiguos mitos quechuas, representó, según el cronista Bernabé Cobo, la bandera de los Incas, que unía lo sagrado y lo profano, el poder del Sol en el Hanan Pacha (cielo) y el poder del Inca en el Kay Pacha (tierra). Hoy, la memoria ancestral se articula con la lucha política.
Mientras ciertos asambleistas, el 6 de este mes, pugnaban por imponer una Ley del Agua que deje a las nacionalidades indígenas fuera del manejo del agua, un enorme Kuichi, con sus siete colores, rodeó la muralla de la Asamblea para significar que no hay poder más grande que el del agua, y que son los indígenas los que la han cuidado y la han administrado con actitud solícita. La bella performance fue ignorada y expulsada como fueron ignorados y expulsados de la Asamblea los propios indígenas. El presidente del parlamento inclusive se refirió a la lucha de estos como a un “juego sucio”.
Ahora se tiene conciencia de que el agua es un elemento lucrativo y se encienden los intereses económicos, con lo cual los indígenas y otros sectores pobres se tornan más vulnerables y expuestos a mayor desamparo. Para el gobierno, la política, la legalidad, la economía, la ciudadanía y la nacionalidad no se diferencian. La lucha indígena persigue descentralizar el poder, mientras el régimen pugna por acapararlo por entero. Piénsese en lo que implica, y las consecuencias que podría acarrear, la “autoridad única” para el manejo del agua.
En uno de los últimos números de la revista National Geographic, Barbara Kingsolver, ecologista norteamericana, alaba al Ecuador, “que se ha convertido en la primera nación que ha incluido los derechos de la naturaleza en su constitución ( ), de acuerdo a esta legislación, se podría entablar una demanda a favor de una cuenca dañada, al reconocerse que su sanidad es decisiva para el bienestar de la comunidad”.
No tardará la ecologista en enterarse que las cosas son muy distintas a lo que cree. La verdad es que las comunidades indígenas, unidas en la Conaie, la Fenocin y la Fenie, son las que siempre han mantenido con sus propios medios los sistemas hídricos y han administrado con sabiduría el uso del agua; que son los indígenas quienes quieren seguir cumpliendo con el compromiso de respetar los derechos de la naturaleza y la plurinacionalidad, que ahora constan en la Constitución. A cambio, soportan desde el gobierno una campaña mediática de desprestigio, amenaza y calumnia contrarrestada solo por sus ideales irrenunciables.
* Filóloga
La enorme serpiente de colores nace en el agua del inframundo, asciende hasta el mundo de los hombres, se convierte en árbol, continúa subiendo hasta el cielo, donde se transforma en arco iris. Luego de la tormenta reaparece y anuncia que el mundo está en paz. La lluvia ha fecundado a la tierra. El Kuichi (Arco Iris) divinidad del agua en los antiguos mitos quechuas, representó, según el cronista Bernabé Cobo, la bandera de los Incas, que unía lo sagrado y lo profano, el poder del Sol en el Hanan Pacha (cielo) y el poder del Inca en el Kay Pacha (tierra). Hoy, la memoria ancestral se articula con la lucha política.
Mientras ciertos asambleistas, el 6 de este mes, pugnaban por imponer una Ley del Agua que deje a las nacionalidades indígenas fuera del manejo del agua, un enorme Kuichi, con sus siete colores, rodeó la muralla de la Asamblea para significar que no hay poder más grande que el del agua, y que son los indígenas los que la han cuidado y la han administrado con actitud solícita. La bella performance fue ignorada y expulsada como fueron ignorados y expulsados de la Asamblea los propios indígenas. El presidente del parlamento inclusive se refirió a la lucha de estos como a un “juego sucio”.
Ahora se tiene conciencia de que el agua es un elemento lucrativo y se encienden los intereses económicos, con lo cual los indígenas y otros sectores pobres se tornan más vulnerables y expuestos a mayor desamparo. Para el gobierno, la política, la legalidad, la economía, la ciudadanía y la nacionalidad no se diferencian. La lucha indígena persigue descentralizar el poder, mientras el régimen pugna por acapararlo por entero. Piénsese en lo que implica, y las consecuencias que podría acarrear, la “autoridad única” para el manejo del agua.
En uno de los últimos números de la revista National Geographic, Barbara Kingsolver, ecologista norteamericana, alaba al Ecuador, “que se ha convertido en la primera nación que ha incluido los derechos de la naturaleza en su constitución ( ), de acuerdo a esta legislación, se podría entablar una demanda a favor de una cuenca dañada, al reconocerse que su sanidad es decisiva para el bienestar de la comunidad”.
No tardará la ecologista en enterarse que las cosas son muy distintas a lo que cree. La verdad es que las comunidades indígenas, unidas en la Conaie, la Fenocin y la Fenie, son las que siempre han mantenido con sus propios medios los sistemas hídricos y han administrado con sabiduría el uso del agua; que son los indígenas quienes quieren seguir cumpliendo con el compromiso de respetar los derechos de la naturaleza y la plurinacionalidad, que ahora constan en la Constitución. A cambio, soportan desde el gobierno una campaña mediática de desprestigio, amenaza y calumnia contrarrestada solo por sus ideales irrenunciables.
* Filóloga